Este libro trata de cosas del presente y del pasado, a la vez que de otras muchas más que, aunque todavía existen, están por desaparecer en breve, así comienza la obra de Pedro Henrichs, un lingüista y explorador que en los años cuarenta se aventuro en la cuenca del rio balsas; iba en busca de objetos inmateriales, como la lengua que una vez hablaron los cuicatecos o las formas de vida de la gente que habitaba uno de los medios más difíciles. Pero también buscaba objetos tangibles como antiguas minas de cobre y restos de misteriosas civilizaciones que abundaban en la zona. Su obra, Por tierras ignotas: viajes y observaciones por el río balsas, podría considerarse un clásico de la etnología por la gran cantidad de datos novedosos que en ese entonces (1945) dio a conocer.
Y es que de las grandes cadenas montañosas de México, ninguna ha sido tan despreciada y olvidada como la Sierra Madre del Sur, un enorme espinazo que se extiende por mil kilómetros, desde el sur de Jalisco hasta el ítsmo de Tehuantepec. Alejada de los centros de civilización y aislada por un mar de calor, la sierra fue, y es todavía, refugio de grupos indígenas y mestizos que, al tener que adaptarse al ambiente, han desarrollado una cultura particular y autosuficiente. En las barrancas de la sierra hay comunidades que saben del mundo exterior tan solo por algunos parientes y arrieros que les venden mercancías. Su mundo es todavía un estrecho valle en medio de enormes montañas. En contraparte, la sierra era el lugar peligroso e improductivo para la gente “civilizada”: estaba llena de animales ponzoñosos, cerrados matorrales cubiertos de espinas y raras enfermedades, como el temido “mal del pinto”. En algunos mapas de la década de los cincuenta, toda la región occidental del estado de Guerrero aparecía aun como “zona inexplorada”, un espacio en blanco en el que tentativamente se habían dibujado los ríos principales.
Al penetrar en la tierra caliente, desde de las orillas del balsas era posible divisar la gran sierra madre, oscura confusión de montañosas azulosas que surgían sobre la reverberación y polvo luminoso de la planicie. Al parecer no había forma de acercarse al pie de los cerros que estaban protegidos por un cerrado matorral de cubatas. Explorar la lejana cierra debía ser cosa de locos. Sin embargo, la región atrae con una extraña fuerza; los cuentos de la gente acerca de minas perdidas, antiguas ciudades o inaccesibles cavernas hacen más irresistible la tentación. Quizá a muchos otros lugareños les haya sucedido lo mismo, pues nombraron las montañas más elevadas que ellos conocían “Las Cumbres de la Tentación”, el lugar nunca conocido que prometía visitas extrañas y maravillosas.
En los últimos años, varios caminos se han construidos hasta el interior de la sierra y, efectivamente, al recorrerlos se ven satisfechas con creces las expectativas que se tengan del lugar. Las montañas son inmensamente ricas en vegetación y paisajes, y las vistas desde las más altas cumbres se extienden por cientos de kilómetros; desde la cresta más elevada de la sierra, solo con moverse alrededor, es posible ver el mar, el pico de Orizaba y el nevado de Toluca; esto, en los escasos días claros, ya que las cumbres están envueltas en nubes la mayor parte del año. Más difícil resulta hacerse una idea de la sierra en sí misma; solo gracias a los mapas modernos y las imágenes de satélite se puede uno configurar la inmensidad de la montaña: más de treinta mil kilómetros cuadrados en los que hay un par de poblados importantes y diminutas rancherías perdidas en los pliegues de la cordillera. La sierra se compone de un cordón o cresta principal que corre del noreste al sureste y alcanza las cotas máximas en el cerro Teotepec, el “cerro adivino”, con más de 3500 metros sobre el nivel del mar. Originada por un antiguo plegamiento, la cresta principal se levanta de forma abrupta desde el sur y forma enormes acantilados que las tormentas golpean; la cara norte no es más suave pues los ríos han cortado profundos tajos en la antigua meseta, para dejar aislados los inmensos contrafuertes, que en la región se conocen como “filos”. La sierra continúa surgiendo y creciendo hoy en día; los sismos constantemente hacen temblar el suelo, conforme las placas tectónicas se sobreponen unas con otras. El resultado es un gran bloque que se levanta dos mil metros sobre las áreas vecinas más elevadas y tres mil metros sobre las planicies de la costa grande y la tierra caliente del balsas. Las variaciones del clima y la vegetación convierten estas montañas en una “isla biológica”, con gran cantidad de especies únicas; se cree que al menos el cuatro por ciento de las plantas y animales son endémicos, pero aun hay grandes zonas inexploradas por los biólogos. Se trata de una región riquísima en biodiversidad, donde hay lo mismo paramos de altura que selvas húmedas o matorrales semidesérticos, y donde la escasa población humana todavía no es una amenaza para los animales.
Los paisajes de la sierra madre del sur en el estado de guerrero se pueden agrupar en tres grandes provincias: la árida tierra caliente del balsas, las altas cumbres boscosas y las laderas selváticas de la costa grande. La tierra Caliente es quizá el área con mayor personalidad y fuerza; su nombre es bien merecido, pues en la región de Churumuco se registran los mayores promedios de temperatura del hemisferio occidental: 31.5 ⁰C al ano, marca que solo superan en el mundo ciertos puntos del Sahara y las cuencas salinas de oriente de Etiopia. El constante calor, día y noche, y las escazas lluvias han dado lugar a una vegetación que se adapta estrechamente a las condiciones de lluvia y sequia: es la tierra de la cubata, es una vara espinosa que cubre las partes mas cálidas; el cueramo, árbol que pierde sus hojas y se cubre por completo de pequeñas flores blancas; el bonete y el pongolete, extrañas frutas que se preparan en almíbar; el cirián o cuastecomate, cuyo fruto crece sobre el tronco y se utiliza para hacer jícaras; el “sargento”, cacto coronado por un casco de fibras rojas y amarillas; el nanche, el capire y el pochote, todos ellos de frutos comestibles. La parota, el palo de rosa, el cacalosuchilt, la guácima y el corongoro son otros tantos arboles que dan origen a los nombres de numerosas rancherías dispersas en la montaña.
Los ranchos casi siempre se localizan cerca de los ríos y arroyos, de donde el agua y la sombra de los arboles protegen un poco del calor opresivo; las casas de adobe y carrizo filtran el aire y hacen también más soportable el clima. En los senderos quemados por el sol solo se escuchan los chirridos de las cigarras y el arrullo de las palomas; el paisaje blanquecino y estéril oculta en realidad una gran cantidad de vida: iguanas, mapaches, chachalacas, guacos, tejones, tigrillos, y una amplia variedad de culebras se desperezan al atardecer y continúan activos durante la noche. En las cañadas mas alejadas de los caminos, familias enteras viven aun del producto de sus milpas y huertos; viejos instrumentos de labranza y almacenaje cuelgan de las paredes; y para atrapar peces y langostinos todavía se utilizan represas y canastas de carrizo. Aquí, la vida transcurre sosegadamente, no hay cambios y el tiempo parece haberse detenido; en los ranchos, los ancianos cuentan historias de la guerra de Independencia como si hubieran sucedido unos pocos años atrás. Es el territorio de los cuentos de brujería, de las supersticiones, ancestrales, de los nahuales, del rey de los animales, de mitos que ayudan a vivir en soledad.
Al sur de la tierra caliente, varios ríos descienden de la sierra, excavan a su paso profundos cañones y crean oasis donde es posible hallar vestigios de culturas antiguas: en las orillas del Río del Oro, donde años atrás lo gambusinos buscaban fortuna, se descubrieron hace muchos años unas lapidas labradas en un estilo desconocido en Mesoamérica, pero similar al de las antiguas culturas del Perú. La diferencia de épocas entre estas culturas hace improbable la idea de que se trate de un contacto extra-continental; mas hay otras evidencias notables, como el hallazgo de las antiguas obras de metal de México prehispánico; el trabajo de las piezas sugiere, de nuevo, un origen sudamericano. Las minas de cobre de la región muestran importantes indicios de haber sido explotadas desde tiempos muy remotos. Las rocas de origen metamórfico también eran pródigas en joyas prehispánicas: jades, serpentitas y otras piedras de color verdoso se hallan en el fondo de ríos y arroyos; las provincias conquistadas por los aztecas en la sierra debían tributar importantes cantidades de chalchihuites a la Gran Tecnochtitlan. Hacia el oriente del Río del Oro, en la sierra se abren los cañones de el aguacate, el Espíritu, Barraca Honda, Otatlan y Tehuehuetla, el último de los cuales, es una enorme depresión que llega a los mil ochocientos metros de profundidad, rodeada de montanas con paredes gigantescas. Aunque es común que haya rancherías en el fondo de los cañones, la mayor parte son zonas despobladas y desconocidas; arriba se extiende la sierra alta, cubierta por bosques de pinos y encinos.
Las Cumbres de la tentación son la parte más elevada de la sierra alta y el hogar de pumas y venados, del pito real, un pájaro carpintero del tamaño de una paloma, del faisán y del jabalí. Pero sobre to[do es el hogar de las nubes y de la niebla fría, que cala los huesos y puede verse viajando entre los arboles; de los atardeceres portentosos con la luz del sol que tine de colores el cielo nublado; el mar de nubes blancas del que surgen como islas las más elevadas montanas: Teotepec, el Tlacotepec y el cerro del Baúl, todos de más de 3,300 metros de altura. Es también el hogar de los bosques de niebla, donde los abetos y los robles parecen inmersos en una lujubriante vegetación tropical, pero gélida. En estas alturas hay helechos, heno y una gran variedad de musgos y plantas epifitas que crecen sobre las ramas de los vetuscos pinos, en bosques donde aun no han llegado los leñadores. Pero no les queda mucho tiempo: varios poblados en filo mayor de la sierra viven del trabajo de los recientes aserraderos. Filo de caballos, carrizal del bravo y puerto del gallo son las poblaciones a las que se puede llagar por carretera que pretendía unir Atoyac de Álvarez, con Chilpancingo. Aunque esta carretera ubicada en lo alto de la sierra, es solo una brecha en mal estado en los mapas de caminos, se ha convertido en el eje central de las rutas madereras, que han comenzado a explotar indiscriminadamente los vastos recursos forestales de Las Cumbres de la Tentación; el hecho ya causado protestas y luchas de los lugareños que pugnan por proteger sus montanas. En 1999, se premio a un campesino por la lucha a favor de los bosques que estaban siendo talados por una compañía estadounidense, la cual termino por abandonar la zona. Gente procedente de todas las partes ha colonizado la sierra y ha creado una inestabilidad política que está lejos de resolverse; abundan las noticias de una gran inseguridad pública. Pero la realidad es a veces diferente; la gente común es amable y ayuda al viajero en lo que puede; son los casos aislados los que se convierten en noticia y no los sucesos de todos los días. Mucho queda por explorar en la sierra, el cerro del ahuejote y sus candiles de roca caliza, las cavernas de Omiltemi, los filos montañosos del tejamanil, el eslabón y el espinazo del diablo, y las sierras de conejo y zihuaquio, y otros tramos situados al oeste de las cumbres de la tentación.
La cara sur de la sierra, la que da hacia la costa, es la zona húmeda y caliente: el lugar de los helechos gigantes y las oscuras junglas, de las aves raras y coloridas. La gran pared sur, arañada por cascadas, es prácticamente desconocida por su inaccesibilidad. La brecha que une El Paraíso con el Puerto del Gallo es el único acceso, y resulta realmente impresionante remontar la pared de la sierra por el delgado filo de la carretera, siempre desierta. Es de esperar que muchas especies aun desconocidas para la ciencia vivan en estas laderas, pero el tiempo de encontrarlas se agota. Hasta hace unos pocos la selva seca cubría los lomeríos al pie de la sierra y la selva húmeda de la montana corría casi sin interrupción, pero el aumento de la población de la costa grande, a partir del auge turístico de los sitios como Acapulco o Zihuatanejo, ha incrementado la población de la montana.
Esta situación se magnifica por la práctica de desmontar el terreno por medio del fuego, utilizarlo un par de años para siembra y luego convertirlo en potrero; en terrenos planos, la quema no es tan perjudicial como en las zonas montañosas, donde los campesinos prefieren las laderas mas escarpadas, para sembrar, “pues es ahí donde mejor se da el maíz”. El procedimiento es simple: se emplea un poco de petróleo y se deja que fuego suba por la montana; las consecuencias son desastrosas, pues se arrasan cerros completos para levantar dos cosechas de maíz. Solo las palmas de soyate y los pastizales sobreviven a la quema, pero son incapaces de detener la erosión y el deslave; al final solo quedan laderas pedregosas calcinadas por el sol. Este cómodo pero destructivo procedimiento se ha utilizado por cientos de años; antes, la escasa población y el gran tamaño de la sierra permiten en parte la recuperación de los suelos; hoy, cuando el número de habitantes es mucho mayor y sus demandas son más complejas, la amenaza de destrucción es más que inminente: en el verano del 2000, las quemas crearon una bruma que alcanzo a cubrir la ciudad de Toluca y toda la cuenca del balsas. La “zona inexplorada” hace unas décadas podría convertirse en un desastre ambiental, si no se toman medidas urgentes para detener el deterioro: crear reservas y promover la educación de los campesinos son ya tareas prioritarias.